27 de agosto de 2015

El grito de Trotsky

La casualidad ha querido que este mes de agosto, cuando se han cumplido 75 años del asesinato de Trotsky a manos de Ramón Mercader, agente del estalinismo, me encontrara leyendo la fabulosa novela del escritor cubano Leonardo Padura El hombre que amaba a los perros, que narra el exilio del líder bolchevique desde su salida de la URSS y las andanzas de su asesino, desde que es reclutado por su madre Caridad y apartado de las trincheras de Guadarrama en plena guerra civil. No fue nada premeditado. No pensé en tal coincidencia ni recordaba en absoluto en qué época del año había muerto Trotsky, pero cuando empecé a ver y a leer recordatorios de la efeméride, tuve la sensación de que me acercaba un poco más al personaje de la novela, o que el personaje de la novela se acercaba más al Trotsky real, y juntos configuraban en mi cabeza una imagen que va más allá del relato histórico.

Tal vez estoy quitándole méritos a la novela y esta me hubiera provocado la misma reacción de haberla leído en otra época y otro año. Quién sabe. Se trata de una obra extensa, escrita en un tono y un estilo directos, casi de crónica, con reflexiones certeras puestas siempre en boca o en la mente de los personajes. Porque ese es, pienso yo, el objetivo, adentrarse en la vida y los hechos concretos en los que se vieron envueltos los principales protagonistas de la historia, que es también historia en mayúsculas. Nos adentramos en su entorno inmediato, nos situamos a su lado y les seguimos de cerca, en la intimidad. Somos testigos de cómo les afectan los grandes acontecimientos que se sucedieron día tras día en esa época turbulenta, del impacto que tiene la historia en la vida privada de sus protagonistas. La novela constituye a su vez una reflexión sobre cuestiones políticas de fondo y de gran calado, recogidas también en una tercera línea narrativa situada en las décadas 70 y 80 en la isla de Cuba, donde Mercader pasó sus últimos días después de salir de la cárcel.

La violencia revolucionaria, el fanatismo convertido en obediencia ciega, el miedo como arma, su fuerza y su capacidad de corromper y corrompernos, la necesidad del debate interno dentro del partido revolucionario, el sentido de las purgas estalinistas mediante las cuales se borró la memoria de la Revolución de Octubre, exterminando a quienes la protagonizaron. El propio Trotsky personaje, en el libro reflexiona sobre su papel y el de Lenin en la formación de la Cheka y el inicio del terror en los tiempos de la Guerra Civil. No se puede comparar una cosa con la otra, las acciones resueltas que se emprenden en medio de un conflicto armado para salvar la revolución y sus principios, con la represión brutal y el terror desatado cuyo único fin es consolidar el poder absoluto de quien impone un régimen totalitario, la muerte de esos principios. Pero aun así, ¿no sería eso el punto de partida, el primer eslabón que nos conduciría hasta las purgas y el gulag?

Trotsky es un personaje aislado, rodeado de sombras, que reflexiona a la distancia y sigue su lucha sin cuartel con la desesperación del hombre de acción obligado a mantenerse al margen. El peligro le acecha, y mientras huye y se esconde, familia, amistades y camaradas perecen por todo el mundo bajo el terror de Stalin. Uno de los momentos más conmovedores del libro es cuando el pintor Diego Ribera le comunica la muerte en misteriosas circunstancias de su hijo Liova, quien se encontraba al frente de la IV Internacional en París. Nos damos cuenta entonces de la dimensión de la tragedia. Una dimensión que es doble, en lo político, por lo implacable de la persecución que sufriera el movimiento trotskista y sus miembros, pero sobre todo en lo personal. Solo un nieto sobreviviría a la ferocidad estalinista.

Mercader, por otro lado, se convierte a medida que avanza la acción, en el contra plano de Trotsky. Apartado del frente para ser entrenado como agente secreto, su personalidad real es sepultada bajo la falsa identidad que le serviría para acercarse a los círculos privados del viejo bolchevique y al fin, al interior de su casa. Se ve obligado a romper con la mujer que ama, a vivir una vida falsa y ajena a todo lo que le define como ser, y a seguir desde la distancia, fingiendo indiferencia a veces, el devenir de los acontecimientos. ¿Dos caras de una misma moneda?

Una de las lecciones más importantes que nos ha legado el marxismo, a mi modo de ver, es que la historia no la hacen los grandes hombres sino las fuerzas sociales en conflicto. La historia es la historia de la lucha de clases. Pero en esta lucha, organización y liderazgo tienen un papel fundamental. Posiblemente, de haber sobrevivido, Trotsky no hubiera podido cambiar la historia, y tanto el estalinismo como el reformismo socialdemócrata habrían emergido de la Segunda Guerra Mundial como corrientes hegemónicas en la izquierda mundial. Pero no hay duda de que la intervención de Trotsky hubiera dotado al movimiento trotskista de una cabeza lúcida y de un líder de valor inestimable. Algo sí habría cambiado.

No sé hasta qué punto una figura siniestra en su mediocridad como Stalin podría haber llegado a pensar con esa perspectiva histórica o simplemente asesinó a Trotsky como punto culminante del sangriento proceso de erigirse en dictador absoluto de la “patria socialista”, clavando el último clavo en el ataúd de la Revolución de Octubre. Sea como sea, el acto de Ramón Mercader no deja de estar revestido de una trascendencia imperecedera. Igual que en la novela de Padura el grito de Liev Davidovich sigue sonando en la cabeza de Ramón Mercader hasta el fin de sus días, el eco de sus pasos y de los pasos de su familia, sus amigos y amigas, y de multitud de camaradas de la Oposición de Izquierdas asesinados por el estalinismo, resuena hoy con fuerza entre quienes defendemos aún lo mejor de aquellos ideales, y luchamos, como antaño, por un horizonte de transformación ética de la sociedad.