11 de abril de 2014

Operación Palace, más allá de la controversia

Jordi Évole provocó, con el programa emitido el pasado 23F en la Sexta, una serie de reacciones encontradas tanto en las redes sociales como en la prensa. El ruido mediático, como cualquier otro ruido, puede hacer imposible escuchar los sonidos inteligibles, y del mismo modo, las polémicas que nacen de reacciones viscerales, referidas al engaño, la frivolidad, el asombro o la indignación, pueden dejar a un lado las reflexiones esenciales que deberíamos hacer a partir del fenómeno, por otro lado nada nuevo, de la emisión de una noticia o investigación periodística deliberadamente falsa (aunque todas las noticias falsas lo son).
En este sentido, creo que es esencial partir de la base de que, una vez visto lo visto, el programa de Évole no se trataba de un documental o de un reportaje histórico, sino de una ficción, y como tal su objetivo no era narrar unos hechos reales, sino acercarse de manera reflexiva a una cierta verdad, algo que no tiene tanto que ver con los hechos en sí sino con lo esencial del ser humano y su entorno, en este caso social y político. Verdad y esencia son conceptos un tanto abstractos y difíciles de definir, y por tanto están sujetos a la subjetividad del espectador. Pero hay dos cosas que a mí me gustaría resaltar sobre Operación Palace. Por un lado, el tema (toda ficción lo tiene) es el poder en sus diferentes facetas, principalmente el poder político y el poder de los medios de comunicación, y cómo este se moviliza y se articula, más allá de sus diferencias, para conseguir un objetivo concreto a espaldas de la población. Puede que los hechos concretos referidos a un complot para orquestar un falso golpe de estado no sean ciertos, pero la dinámica del poder mostrada, la de las reuniones a puerta cerrada donde se dirimen las cuestiones importantes en base a los intereses de los presentes y a espaldas de los demás, refleja una realidad cuyas consecuencias estamos sufriendo hoy en día, y que llevó al movimiento 15M a lanzar desde las plazas su ya famoso grito “no nos representan”.Por otro lado, conviene resaltar el papel que un personaje como Jordi Évole está jugando hoy en día en la sociedad española, un papel nada desdeñable y que ha provocado que muchos se sintieran defraudados o traicionados al no encontrar en su programa sobre el 23F aquello que esperaban.
No hace mucho, una veterana periodista de TVE que había estado al cargo del programa Informe Semanal, actualmente relegada por el PP a programas de tercera línea, me comentó que hoy en día, quienes hacían verdadero periodismo en este país, quienes hablaban de lo que se tenía que hablar y hacían las preguntas que se tenían que hacer a quienes se tenían que hacer, eran El Wyoming y Jordi Évole. Es sintomático que sean dos humoristas al cargo de sendos programas de entretenimiento quienes cumplan esta función. El periodismo está en crisis, ya lo sabemos, pero tal vez nos hemos acostumbrado demasiado a que el periodismo real se haga desde los medios alternativos y minoritarios mientras El Intermedio y Salvados quedan como oasis en el desierto. Es cierto que la precariedad laboral dificulta mucho la labor de los periodistas de a pie, y que las nuevas tecnologías abren una vía asequible para quienes no quieren someterse a la política editorial de los grandes medios, pero es justo y necesario que se exija a quienes tienen en su poder los medios de producción de noticias, que ejerzan ese poder con la responsabilidad que requiere una actividad fundamental para el funcionamiento de una sociedad democrática.
Jordi Évole ha conseguido una gran audiencia gracias a un engaño. Y no me refiero a la farsa que relata Operación Palace, sino al hecho de que todo el mundo esperase una investigación seria sobre el 23F y se encontrara una ficción provocadora. Es lógico sentirse ofendido y traicionado, pero tal vez no deberíamos dirigir nuestro enfado contra un humorista que, al fin y al cabo, bien o mal sí ha hecho su trabajo: un programa de entretenimiento.