Jordi Évole provocó, con el programa emitido el pasado 23F en la
Sexta, una serie de reacciones encontradas tanto en las redes sociales
como en la prensa. El ruido mediático, como cualquier otro ruido, puede
hacer imposible escuchar los sonidos inteligibles, y del mismo modo, las
polémicas que nacen de reacciones viscerales, referidas al engaño, la
frivolidad, el asombro o la indignación, pueden dejar a un lado las
reflexiones esenciales que deberíamos hacer a partir del fenómeno, por
otro lado nada nuevo, de la emisión de una noticia o investigación
periodística deliberadamente falsa (aunque todas las noticias falsas lo
son).
En este sentido, creo que es esencial partir de la base de que, una
vez visto lo visto, el programa de Évole no se trataba de un documental o
de un reportaje histórico, sino de una ficción, y como tal su objetivo
no era narrar unos hechos reales, sino acercarse de manera reflexiva a
una cierta verdad, algo que no tiene tanto que ver con los hechos en sí
sino con lo esencial del ser humano y su entorno, en este caso social y
político. Verdad y esencia son conceptos un tanto abstractos y difíciles
de definir, y por tanto están sujetos a la subjetividad del espectador.
Pero hay dos cosas que a mí me gustaría resaltar sobre Operación
Palace. Por un lado, el tema (toda ficción lo tiene) es el poder en sus
diferentes facetas, principalmente el poder político y el poder de los
medios de comunicación, y cómo este se moviliza y se articula, más allá
de sus diferencias, para conseguir un objetivo concreto a espaldas de la
población. Puede que los hechos concretos referidos a un complot para
orquestar un falso golpe de estado no sean ciertos, pero la dinámica del
poder mostrada, la de las reuniones a puerta cerrada donde se dirimen
las cuestiones importantes en base a los intereses de los presentes y a
espaldas de los demás, refleja una realidad cuyas consecuencias estamos
sufriendo hoy en día, y que llevó al movimiento 15M a lanzar desde las
plazas su ya famoso grito “no nos representan”.Por otro lado, conviene resaltar el papel que un personaje como Jordi
Évole está jugando hoy en día en la sociedad española, un papel nada
desdeñable y que ha provocado que muchos se sintieran defraudados o
traicionados al no encontrar en su programa sobre el 23F aquello que
esperaban.
No hace mucho, una veterana periodista de TVE que había estado al cargo
del programa Informe Semanal, actualmente relegada por el PP a programas
de tercera línea, me comentó que hoy en día, quienes hacían verdadero
periodismo en este país, quienes hablaban de lo que se tenía que hablar y
hacían las preguntas que se tenían que hacer a quienes se tenían que
hacer, eran El Wyoming y Jordi Évole. Es sintomático que sean dos
humoristas al cargo de sendos programas de entretenimiento quienes
cumplan esta función. El periodismo está en crisis, ya lo sabemos, pero
tal vez nos hemos acostumbrado demasiado a que el periodismo real se
haga desde los medios alternativos y minoritarios mientras El Intermedio
y Salvados quedan como oasis en el desierto. Es cierto que la
precariedad laboral dificulta mucho la labor de los periodistas de a
pie, y que las nuevas tecnologías abren una vía asequible para quienes
no quieren someterse a la política editorial de los grandes medios, pero
es justo y necesario que se exija a quienes tienen en su poder los
medios de producción de noticias, que ejerzan ese poder con la
responsabilidad que requiere una actividad fundamental para el
funcionamiento de una sociedad democrática.
Jordi Évole ha conseguido una gran audiencia gracias a un engaño. Y
no me refiero a la farsa que relata Operación Palace, sino al hecho de
que todo el mundo esperase una investigación seria sobre el 23F y se
encontrara una ficción provocadora. Es lógico sentirse ofendido y
traicionado, pero tal vez no deberíamos dirigir nuestro enfado contra un
humorista que, al fin y al cabo, bien o mal sí ha hecho su trabajo: un
programa de entretenimiento.