22 de marzo de 2016

Cuando 1 es más que 1000

En un ensayo publicado en 1988, Noam Chomsky diseccionaba la forma como los medios de comunicación son capaces de generar consensos entorno a los conflictos que azotan el mundo. Uno de los elementos esenciales es el tratamiento que se le da a las víctimas. Según el enfoque de la noticia, las imágenes utilizadas o el titular, se establecen jerarquías y se generan relaciones entre la víctima y sus circunstancias, dando lugar a posicionamientos muy definidos. Hay víctimas de primera y víctimas de segunda, hay víctimas visibles y víctimas invisibles, hay víctimas que son un número, simples daños colaterales, y víctimas que reciben automáticamente una manifestación masiva i pública de solidaridad e identificación. La diferencia, llana y simple, estriba en quíen las ha convertido en víctima y en la necesidad de generar corrientes de opinión al respecto.

Estos mecanismos se han ido sofisticando a lo largo de los años y se ha generado un nuevo campo de batalla en el marco de las redes sociales, pero básicamente, nada ha cambiado. La víctima es un espejo en el que se refleja su victimario. Por eso los ejércitos occidentales causan daños colaterales cuando bombardean en cualquier rincón del mundo. Por eso los daños colaterales no pasan de ser un concepto o un número detrás del cual no vemos nunca o casi nunca una figura humana. Al otro lado, las víctimas del terrorismo en los países occidentales ocupan de forma envolvente y exclusiva el espacio mediático, recibimos información detallada, al minuto, con fotos y vídeos producidos por los propios testigos, leemos twits y mensajes en facebook, condolencias y lamentos desde todos los rincomes del mundo, declaraciones de políticos y celebridades.

Esas víctimas, y las legítimas emociones por el dolor de nuestros semejantes cercanos, son instrumentalizadas para construir la imagen al otro lado del espejo, un victimario que ocupa así todo ese espacio, convirtiendose en el inmenso peligro que nos acecha. Un peligro que servirá para justificar la política emprendida como respuesta.

La paradoja en un día como hoy, en el que una treintena de muertes en Bélgica generan una atención mediática que no llegan a generar las miles de víctimas que se producen más allá de las alambradas que rodean Europa, es que la confusión y el dolor pueden provocar una inversión de las categorías que nos deberían servir para entender lo que ocurre a nuestro alrededor. Las principales víctimas del terrorismo yihadista se agolpan a las puertas de Europa, pero son vistas como una amenaza. Ellas nos traen el terrorismo, por eso no alcanzan la categoría de víctima. Las acusamos y las dejamos morir. Al mismo tiempo, convertimos en cómplices a gobiernos y gobernantes que con su brutalidad han abonado el terreno para el auge de ese terrorismo atroz. No les reconocemos como los verdugos que son.