6 de noviembre de 2015

Ganar es contingente, la razón es necesaria. DCAP #04

Esta última semana empiezo a leer artículos y a escuchar algún que otro personaje de la izquierda reivindicar la necesidad de un movimiento en la calle ante el desastre electoral que vaticinan las encuestas. A buenas horas. Sin la calle no se puede ganar. Cierto. Pero eso es ahora y también cuando las encuestas daban a Podemos como cabeza de serie. Entonces nos dejamos arrastrar por la marea electoralista, la más efímera y estéril de las mareas, que ha relegado mucho más allá que a un segundo término las mareas blanca, verde, violeta, roja, todas las que confluyeron, permitidme el uso de esta palabra hoy maldita, en una manifestación en Madrid de dos millones de personas convocadas por las Marchas de la Dignidad, el sindicalismo alternativo y combativo que llegó del sur.

Desde entonces, silencio y vacío. Decía Pablo Iglesias por esa época que la política no trata de tener razón sino de ganar. Dejarse imbuir por semejante mamarrachada es un error que estamos a punto de pagar muy caro. La única política que conozco que valga la pena, es la que lucha por el éxito de la razón. La razón es la base del proyecto ilustrado, un proyecto de emancipación cuyo objetivo es la universalización de los derechos humanos. Sus pilares son los viejos valores republicanos, igualdad, libertad y fraternidad, ninguno de los cuales debe estar por encima de los otros.

Todo esto, claro, puede sonar muy viejo y gastado a quienes nos han hecho creer que la democracia puede llegar a través del teléfono móvil, el ordenador o la "tablet" sin necesidad de bajar a la plaza y mancharse las manos. Pero aunque tal vez acierten en la idea de que hace falta reformular conceptos y replantear formas y estructuras para conectar con la gente, la verdad que se impone al fin es que la razón requiere debate y participación, espacios compartidos en los que relacionarnos políticamente, en los que tomar partido y formar parte, en los que decidir e imponer desde abajo la voluntad colectiva. Para eso no sirve internet.

En cuanto a la diferencia entre ganar y tener éxito, lo poco que se puede decir es muy obvio. El éxito está condicionado al proyecto, a su desarrollo y expectativas, y sirve para impulsarlo a su vez, para acumular experiencias que se traducen en fuerza y en nuevos impulsos. Ganar es todo lo contrario. Hay que supeditar el proyecto a un objetivo que exige planteamientos tácticos y estratégicos, también políticos, ideológicos y de principios. El proyecto se transforma para ese fin, cuando lo que se pretendía era transformar la sociedad, cambiar el mundo.

Este último año hemos creído lo contrario. Que ganar era la única opción, que había que organizarse para ello, y que quien se plantea metas más modestas nunca va a conseguir nada. Ojalá fuera tan simple. La realidad es obstinada, y ahora toca empezar a pensar en el día después, en cómo afrontar nuestras carencias, en coómo replantear proyectos, reconstruir puentes, recuperar lo perdido. Antes sin embargo, una campaña electoral, conscientes, ahora sí, de que se trata de una batalla más en uno de los frentes de esta buena, vieja y compleja lucha. Por el éxito de la razón, claro. Si hay que ganar, que sea en la lotería.