El colchón húmedo de sudor. La inquietud misteriosa que
emerge de la oscuridad. Una presión insistente en los riñones, por la espalda,
que rompe la harmonía del sueño. Destellos de luz. Es el teléfono móvil antiguo
que utilizo como despertador, que me anuncia con frialdad fosforescente que aun
no es hora de levantarme. Mi hijo tiene otra idea. Levántate y déjame espacio,
apártate de mi mamá, vete a otro sitio, esfúmate.
Pongo un pie en el suelo y después otro. Intento no hacer
ruido, para no despertar a los durmientes, y salgo de la habitación a tientas.
Me lavo la cara en la cocina y preparo un café, que tiene que durar más de una
hora en compañía de un libro a medio leer. Abro las persianas del comedor y el
marrón es sustituido por el negro azulado. Mis ojos se pierden en esa
oscuridad.
La vida es una sucesión de luces y sombras, pero también de
golpes y sudor, y rechazo, que te apartan del camino. Las sombras a veces, se
ciernen hasta más allá de lo que podríamos llegar a ver.
El trabajo empieza por la mañana. Es un hecho. Pero antes te
han asaltado ya las pequeñas preocupaciones fundamentales, creadoras de
sentido. También de sentimientos. Las sombras se ciernen; la oscuridad se
cierne; el agujero se hace profundo y caemos y caemos, y al ser un agujero y no
un túnel no se vislumbra luz alguna.
Un vaso de agua sobre la mesa, una cafetera humeante, la
taza sucia en el fregadero y los restos de aceite con sal en el plato blanco.
Lavar, ordenar, abrigar, salir. Repartir besos y partir.
Quisiera hacer aquí un inciso. Un breve inciso de 12 horas.
El trabajo durará poco, y, ciertamente, no me va a sacar de pobre. Después, el
abismo. Será entonces, abrumado por la ansiedad y el tedio, cuando empezaré a
divagar entre los conceptos adormecidos durante el trayecto, y mi cabeza
chocará una y otra vez contra las pérfidas consecuencias del olvido.
Dicen que lo importante no es caer, sino cuantas veces eres
capaz de levantarte. ¿Cómo se levanta
uno después de caer en la cuenta de su propia desazón?
Yo me levanto todos los días por las patadas de mi hijo, que
se ha colado furtivamente en nuestra cama, o por la luz cegadora del viejo
teléfono metido a despertador. Luego espero la luz del alba, y con esta el
despertar del mundo.
Llego a casa. Ya es de noche. Juego con mi hijo. Un cuento
apoyados en la almohada. Una cena ligera. De vuelta a la oscuridad.
Los poetas hablan de luz, de libertad, relacionan las pequeñas
cosas, los fenómenos físicos, con las grandes perturbaciones del espíritu y sus
manifestaciones más profundas.
Las grandes cosas, los acontecimientos históricos, se
construyen sobre la espalda del común colectivo de los audaces. Cuando esa
fuerza se mueve, el sudor, como martillos y picos en el tajo, abre caminos a
través de las sombras. La roca se vuelve luz y sobreviene el alba. Como una
revelación. Como una revolución.
El 14 de noviembre puede ser ese día. Y tal vez. Solo tal
vez, el 15 amanecerá la libertad.
Y despertaremos.