10 de noviembre de 2012

A la luz del alba, despertaremos

La llibertat es quan comença l’alba un dia de vaga general. JOAN MARGARIT

 
El colchón húmedo de sudor. La inquietud misteriosa que emerge de la oscuridad. Una presión insistente en los riñones, por la espalda, que rompe la harmonía del sueño. Destellos de luz. Es el teléfono móvil antiguo que utilizo como despertador, que me anuncia con frialdad fosforescente que aun no es hora de levantarme. Mi hijo tiene otra idea. Levántate y déjame espacio, apártate de mi mamá, vete a otro sitio, esfúmate.
Pongo un pie en el suelo y después otro. Intento no hacer ruido, para no despertar a los durmientes, y salgo de la habitación a tientas. Me lavo la cara en la cocina y preparo un café, que tiene que durar más de una hora en compañía de un libro a medio leer. Abro las persianas del comedor y el marrón es sustituido por el negro azulado. Mis ojos se pierden en esa oscuridad.


La vida es una sucesión de luces y sombras, pero también de golpes y sudor, y rechazo, que te apartan del camino. Las sombras a veces, se ciernen hasta más allá de lo que podríamos llegar a ver.

El trabajo empieza por la mañana. Es un hecho. Pero antes te han asaltado ya las pequeñas preocupaciones fundamentales, creadoras de sentido. También de sentimientos. Las sombras se ciernen; la oscuridad se cierne; el agujero se hace profundo y caemos y caemos, y al ser un agujero y no un túnel no se vislumbra luz alguna.
Un vaso de agua sobre la mesa, una cafetera humeante, la taza sucia en el fregadero y los restos de aceite con sal en el plato blanco. Lavar, ordenar, abrigar, salir. Repartir besos y partir.

Quisiera hacer aquí un inciso. Un breve inciso de 12 horas. El trabajo durará poco, y, ciertamente, no me va a sacar de pobre. Después, el abismo. Será entonces, abrumado por la ansiedad y el tedio, cuando empezaré a divagar entre los conceptos adormecidos durante el trayecto, y mi cabeza chocará una y otra vez contra las pérfidas consecuencias del olvido.
Dicen que lo importante no es caer, sino cuantas veces eres capaz de  levantarte. ¿Cómo se levanta uno después de caer en la cuenta de su propia desazón?
Yo me levanto todos los días por las patadas de mi hijo, que se ha colado furtivamente en nuestra cama, o por la luz cegadora del viejo teléfono metido a despertador. Luego espero la luz del alba, y con esta el despertar del mundo.

Llego a casa. Ya es de noche. Juego con mi hijo. Un cuento apoyados en la almohada. Una cena ligera. De vuelta a la oscuridad.

Los poetas hablan de luz, de libertad, relacionan las pequeñas cosas, los fenómenos físicos, con las grandes perturbaciones del espíritu y sus manifestaciones más profundas.
Las grandes cosas, los acontecimientos históricos, se construyen sobre la espalda del común colectivo de los audaces. Cuando esa fuerza se mueve, el sudor, como martillos y picos en el tajo, abre caminos a través de las sombras. La roca se vuelve luz y sobreviene el alba. Como una revelación. Como una revolución.

El 14 de noviembre puede ser ese día. Y tal vez. Solo tal vez, el 15 amanecerá la libertad.
Y despertaremos.