8 de septiembre de 2012

El fuego en los ojos

Salgo del trabajo, es la hora de comer y me he levantado de la mesa de la oficina satisfecho. Termina agosto por fin, y con este mi estancia en Valencia para montar la película de Alberto Morais, Los chicos del puerto. Mañana último día de rodaje, y mientras el equipo celebra la tradicional fiesta, yo estaré volando hacia Málaga. El montaje claro, se reanudará una semana más tarde y se prolongará hasta finales de noviembre.
Me siento en la mesa del bar donde como todos los días. Me sorprende en la televisión, una gran pantalla colgada en la pared, la información sobre el incendio en los municipios malagueños de Ojen, Cohin, Mijas y Marbella entre otros. Sorpresa del todo no, claro. La sorpresa ha sido por la mañana, al abrir el navegador y entrar en las páginas de información que acostumbro a visitar.


Una imagen que se ha repetido todo el verano. Llamas inmensas, altas como personas, como casas, consumiendo árboles y bosques que tal vez deberían haber estado más y mejor protegidos, y dejando tras de sí una oscuridad grisácea pegada a la tierra.
Las imágenes en la tele son elocuentes como no lo serían mil palabras. Mi primera preocupación ha sido la familia, que pasan el verano cerca de la zona afectada. Mi hijo, como mi abuelo materno, nacieron en Málaga. Mi hijo en Marbella, mi abuelo en Estepona, donde se recibía por la mañana una ligera lluvia de ceniza, según expresaba a través de twitter un testigo presencial.

Ver esas montañas negras y ese cielo enrojecido mientras comía, después de cerciorarme de que mi hijo y su madre se encuentran lejos de la zona del incendio, me ha provocado una emoción intensa. La normal en estos casos en que la tragedia se filtra en la cotidianidad. Que la tierra y el cielo cambien de color parece propio de un sueño o de una fantasía apocalíptica. Una inversión de los términos según los cuales la realidad es observada. Es así como nos damos cuenta de que somos nosotros quienes miramos las cosas a través de unos parámetros preestablecidos. Colores y formas nos sirven para representarnos el mundo y la costumbre nos hace creer que los que percibimos son inmutables, inevitablemente asociados a objetos y paisajes. De ahí la sensación de extrañamiento cuando estos cambian.
Me ocurrió lo mismo cuando visité Palestina. Al ver las fortificaciones de los colonos sionistas rodeadas por campos de labranza desocupados, llenos de escombros y de restos de maquinaria agrícola convertida en chatarra, me parecía estar viviendo en una pesadilla, una especie de ficción malsana y surreal.

Hoy la tierra de Málaga es negra, el cielo rojo y la lluvia gris, el gris de la ceniza; o de la melancolía. Los periódicos se llenarán mañana de esos dos colores, el negro, con sus tonos de gris, y el rojo fuego, rojo anaranjado, intenso, un rojo que genera una luz mortecina iluminando las nubes; o el humo.
La pregunta que me viene es si el fuego es una metáfora dela crisis, o la crisis solo es el escenario ideal para que proliferen este tipo de espectáculos apocalípticos de alto poder destructor. Posiblemente ambas cosas. En un artículo de un representante de Greenpeace, se dice que no podemos culpar a los recortes actuales de la virulencia del fuego veraniego, y que las políticas de prevención y de protección de bosques y entorno natural vienen siendo raquíticas desde hace muchos años. Yo me resisto a creer que la casualidad haya querido que el año de los recortes se hayan quemado más hectáreas que en los años 2010 y 2011 juntos. Me resisto tal vez por un sentido de la desconfianza más fuerte que la razón misma, pero verificado muchas veces por la experiencia y posterior análisis racional de los acontecimientos. En todo caso, el fuego que ha dejado ennegrecida la tierra, calentará el otoño que se avecina. También el fuego en la mirada de quienes, desde ese aparato colgado en la pared, han hecho todo lo posible para vituperar a Sánchez Gordillo y a Diego Cañamero con el fin de defender los elevados valores de la propiedad privada y la paz social, que tanto daño han hecho a la clase trabajadora en un país donde ambos valores se entienden como una coartada para corruptelas, pelotazos, chanchullos y abusos en general. Por ejemplo, declarar urbanizables terrenos quemados que antes no lo eran.

¿Que qué tienen que ver los incendios forestales con los forajidos andaluces?
El verano, Valencia, la hora de comer, una televisión enorme colgada en la pared y, claro, el aumento de la temperatura otoñal, que será sin duda consecuencia inevitable de ambos.