Cabría preguntarse, sin embargo, de dónde sale tanta inquina. La respuesta es para mi diáfana y cristalina. Es una exteriorización sentimental de una idea, que gravita en el centro del proceso de transformación social que impulsan las fuerzas del neoliberalismo internacional desde principios de los 70, y que gira, esta idea, entorno a dos conceptos fuerza que impulsan este proceso. Uno de estos conceptos es el de libertad, y el de derecho como sistema establecido para control y garantía de la misma. El segundo concepto es el de trabajo, como único camino de merecer o conquistar los derechos que garantizarán la libertad.
Según los principios del
neoliberalismo, lo opuesto al parado, su contrario, no es el trabajador.
Trabajador y parado es la misma persona en momentos diferentes de su ser en el
mundo, y no hay duda de que el exabrupto de la Fabra no se refería a quienes
sufren la lacra del paro, sino a la clase trabajadora en su conjunto. Lo
opuesto al parado es el emprendedor, mil veces nombrado, jaleado y vitoreado en
la campaña electoral del PP, esa en la que prometieron no hacer todo lo que han
hecho.
Pero, ¿qué es un emprendedor?
Podríamos decir que un emprendedor es quien monta su propio negocio, quien
trabaja como autónomo y tiene clientes en lugar de jefes o contratadores, quien
impulsa su propio proyecto personal. Pero detrás de este modelo se esconde un
planteamiento vital perverso. El emprendedor es una persona que trabaja y
obtiene a cambio única y exclusivamente lo que saca por su trabajo según las
leyes del mercado, liberalizado, al que se inscribe su actividad económica. En este
sentido, se diferencia del trabajador, ya que este obtiene por su trabajo lo
que dictan las leyes laborales, no tan flexibles ni liberalizadas como las del
mercado.
El emprendedor no entiende de
horarios, ni de bajas pagadas o por maternidad, ni de pagas dobles, ni de
desayunos y descansos a media mañana, ni de horas extra, ni de subidas de
sueldo o subsidios. El emprendedor obtiene única y exclusivamente lo que gana
con su trabajo según precio de mercado. Un ejemplo. Un taxista, autónomo y
propietario de su taxi, para hacer frente a la reducción de ingresos que sufre
por la desaparición de usuarios que ha provocado la crisis, se levanta dos
horas antes y alarga su jornada por la noche, trabajando así doce horas en
lugar de ocho para ganar lo mismo que ganaba antes.
La figura del emprendedor es
clave en el edificio ideológico de la sociedad de clases contemporánea. No es
una clase en sí misma, sino el eslabón que lleva de una clase a otra, jugando
así un papel determinante en la disolución de la conciencia de clase.
Cualquiera puede ser un
emprendedor. Cualquiera puede capitalizar su sueldo, su prestación por
desempleo, sus ahorros, pedir un crédito o pedir dinero a la familia y los
amigos, para montarse un negocio propio, y este es el camino para lograr, con
el esfuerzo y el trabajo personales, convertirse en algo más, en un GRAN
emprendedor. Porque hay que entender que para gentuza como Andrea Fabra y sus
compinches, sí hay una cierta idea
de clase detrás del concepto de emprendedor.
Quien sabe, nuestro taxista tal
vez pueda trabajar 14 en lugar de 12 horas, y conseguir así dinero para comprar
otro taxi y contratar a alguien que lo conduzca para él. Para los diputados y
votantes del PP, empresarios y banqueros son emprendedores con éxito, que
obtienen única y exclusivamente el fruto de su trabajo, con el que se han
ganado el derecho a que la ley les garantice la libertad que necesitan para
seguir lucrándose con la actividad económica que realizan. Restricciones de
horarios, pagas extra, vacaciones, bajas pagadas o por maternidad, son
privilegios, porque los trabajadores no se los han ganado con su esfuerzo, sino
que se los otorgan las leyes laborales.
Esta es la relación que existe
entre trabajo y libertad en las mentes del PP, de parte del PSOE y del neoliberalismo
internacional. El trabajo os hará libres, decía el cartel de entrada a
Auschwitz. Una forma macabra de decir que del campo no se escapa uno, y que la
única libertad posible es la de la muerte, liberación que llegaba por la
explotación salvaje y el trabajo esclavo bajo el látigo. Volvamos a nuestro
taxista. Una vez ha contratado a un trabajador para que conduzca su segundo
taxi, ejercerá su derecho, adquirido con su trabajo y garantizado por las leyes
laborales cada vez más próximas a las leyes del mercado libre, para reducir sus
condiciones de trabajo al mínimo y poder así, quien sabe, en un futuro no muy
lejano, comprar otro taxi, y otro y otro, y una flota que le convierta en GRAN
emprendedor, gracias, eso sí, única y exclusivamente, a su trabajo.
Decía Bertolt Brecht que no hay
nada que se parezca más a un fascista que un burgués asustado. Eso es cierto en
cuanto al recurso a la violencia en los momentos más críticos de la lucha de
clases. En cuanto a la concepción de un mundo regido por el darwinismo social,
donde el fuerte triunfa sobre el débil y la explotación del hombre por el
hombre se justifica con una concepción retorcida y atroz de la idea de
libertad, lo que más se parece a un fascista es un emprendedor.
Yo no sé realmente si lo que
gritaba Andrea Fabra el otro día en el congreso, iba dirigido a los parados o a
los diputados del PSOE. Solo sé que sus aplausos y vítores y los de sus
compañeros de partido, no tenían nada que ver con la valentía de su presidente
ante la adversidad o con la necesidad de arroparle en los momentos difíciles.
Era una expresión de júbilo, la celebración de un modelo social que se impone
por la fuerza y que representa, apropiándome de las palabras de Mark Edelman,
superviviente de la sublevación del Guhetto de Varsovia, la victoria póstuma de
Hitler.
Volvamos a la fábula sobre nuestro
querido taxista. No es cierto que conseguirá, con su esfuerzo, una flota de
taxis. Vivirá trabajando 14 horas ahogado por los impuestos que no pagan los
GRANDES emprendedores. Estos, empresarios y banqueros, sí son una verdadera
clase, la de los explotadores corruptos, defraudadores, sátrapas enriquecidos
con el trabajo de los demás y con su poder e influencia, que les permite
moldear un mundo a su medida. Eso sí, si se lo permitimos.