14 de julio de 2012

Andrea Fabra, Auschwitz y el GRAN emprendedor

Me resultó curioso la mañana del viernes 13, el revuelo causado por el exabrupto de Andrea Fabra, diputada del PP, contra los parados o, como ella dice, contra los diputados del PSOE, a los que afirma haber dirigido su ya famoso “que se jodan”. No es que encuentre injustificada la indignación, la entiendo, como entiendo la necesidad de instrumentalizar ese glorioso momento del parlamentarismo español para la agitación política. Lo que me ha sorprendido es, valga la redundancia, la sorpresa que traslucen algunos de los comentarios leídos en la red, como si no fuera algo ya sabido el pensamiento de gran parte, sino de todos, los diputados del PP, y de una parte, porcentaje por mí desconocido, de los del PSOE sobre la naturaleza del trabajo y sus beneficios, y sobre los parados y el paro en general.
Cabría preguntarse, sin embargo, de dónde sale tanta inquina. La respuesta es para mi diáfana y cristalina. Es una exteriorización sentimental de una idea, que gravita en el centro del proceso de transformación social que impulsan las fuerzas del neoliberalismo internacional desde principios de los 70, y que gira, esta idea, entorno a dos conceptos fuerza que impulsan este proceso. Uno de estos conceptos es el de libertad, y el de derecho como sistema establecido para control y garantía de la misma. El segundo concepto es el de trabajo, como único camino de merecer o conquistar los derechos que garantizarán la libertad. 
Según los principios del neoliberalismo, lo opuesto al parado, su contrario, no es el trabajador. Trabajador y parado es la misma persona en momentos diferentes de su ser en el mundo, y no hay duda de que el exabrupto de la Fabra no se refería a quienes sufren la lacra del paro, sino a la clase trabajadora en su conjunto. Lo opuesto al parado es el emprendedor, mil veces nombrado, jaleado y vitoreado en la campaña electoral del PP, esa en la que prometieron no hacer todo lo que han hecho.
Pero, ¿qué es un emprendedor? Podríamos decir que un emprendedor es quien monta su propio negocio, quien trabaja como autónomo y tiene clientes en lugar de jefes o contratadores, quien impulsa su propio proyecto personal. Pero detrás de este modelo se esconde un planteamiento vital perverso. El emprendedor es una persona que trabaja y obtiene a cambio única y exclusivamente lo que saca por su trabajo según las leyes del mercado, liberalizado, al que se inscribe su actividad económica. En este sentido, se diferencia del trabajador, ya que este obtiene por su trabajo lo que dictan las leyes laborales, no tan flexibles ni liberalizadas como las del mercado.
El emprendedor no entiende de horarios, ni de bajas pagadas o por maternidad, ni de pagas dobles, ni de desayunos y descansos a media mañana, ni de horas extra, ni de subidas de sueldo o subsidios. El emprendedor obtiene única y exclusivamente lo que gana con su trabajo según precio de mercado. Un ejemplo. Un taxista, autónomo y propietario de su taxi, para hacer frente a la reducción de ingresos que sufre por la desaparición de usuarios que ha provocado la crisis, se levanta dos horas antes y alarga su jornada por la noche, trabajando así doce horas en lugar de ocho para ganar lo mismo que ganaba antes.
La figura del emprendedor es clave en el edificio ideológico de la sociedad de clases contemporánea. No es una clase en sí misma, sino el eslabón que lleva de una clase a otra, jugando así un papel determinante en la disolución de la conciencia de clase.
Cualquiera puede ser un emprendedor. Cualquiera puede capitalizar su sueldo, su prestación por desempleo, sus ahorros, pedir un crédito o pedir dinero a la familia y los amigos, para montarse un negocio propio, y este es el camino para lograr, con el esfuerzo y el trabajo personales, convertirse en algo más, en un GRAN emprendedor. Porque hay que entender que para gentuza como Andrea Fabra y sus compinches,  sí hay una cierta idea de clase detrás del concepto de emprendedor.
Quien sabe, nuestro taxista tal vez pueda trabajar 14 en lugar de 12 horas, y conseguir así dinero para comprar otro taxi y contratar a alguien que lo conduzca para él. Para los diputados y votantes del PP, empresarios y banqueros son emprendedores con éxito, que obtienen única y exclusivamente el fruto de su trabajo, con el que se han ganado el derecho a que la ley les garantice la libertad que necesitan para seguir lucrándose con la actividad económica que realizan. Restricciones de horarios, pagas extra, vacaciones, bajas pagadas o por maternidad, son privilegios, porque los trabajadores no se los han ganado con su esfuerzo, sino que se los otorgan las leyes laborales.
Esta es la relación que existe entre trabajo y libertad en las mentes del PP, de parte del PSOE y del neoliberalismo internacional. El trabajo os hará libres, decía el cartel de entrada a Auschwitz. Una forma macabra de decir que del campo no se escapa uno, y que la única libertad posible es la de la muerte, liberación que llegaba por la explotación salvaje y el trabajo esclavo bajo el látigo. Volvamos a nuestro taxista. Una vez ha contratado a un trabajador para que conduzca su segundo taxi, ejercerá su derecho, adquirido con su trabajo y garantizado por las leyes laborales cada vez más próximas a las leyes del mercado libre, para reducir sus condiciones de trabajo al mínimo y poder así, quien sabe, en un futuro no muy lejano, comprar otro taxi, y otro y otro, y una flota que le convierta en GRAN emprendedor, gracias, eso sí, única y exclusivamente, a su trabajo.
Decía Bertolt Brecht que no hay nada que se parezca más a un fascista que un burgués asustado. Eso es cierto en cuanto al recurso a la violencia en los momentos más críticos de la lucha de clases. En cuanto a la concepción de un mundo regido por el darwinismo social, donde el fuerte triunfa sobre el débil y la explotación del hombre por el hombre se justifica con una concepción retorcida y atroz de la idea de libertad, lo que más se parece a un fascista es un emprendedor.
Yo no sé realmente si lo que gritaba Andrea Fabra el otro día en el congreso, iba dirigido a los parados o a los diputados del PSOE. Solo sé que sus aplausos y vítores y los de sus compañeros de partido, no tenían nada que ver con la valentía de su presidente ante la adversidad o con la necesidad de arroparle en los momentos difíciles. Era una expresión de júbilo, la celebración de un modelo social que se impone por la fuerza y que representa, apropiándome de las palabras de Mark Edelman, superviviente de la sublevación del Guhetto de Varsovia, la victoria póstuma de Hitler.
Volvamos a la fábula sobre nuestro querido taxista. No es cierto que conseguirá, con su esfuerzo, una flota de taxis. Vivirá trabajando 14 horas ahogado por los impuestos que no pagan los GRANDES emprendedores. Estos, empresarios y banqueros, sí son una verdadera clase, la de los explotadores corruptos, defraudadores, sátrapas enriquecidos con el trabajo de los demás y con su poder e influencia, que les permite moldear un mundo a su medida. Eso sí, si se lo permitimos.